lunes, 19 de octubre de 2015

100 años de Miseria Pesan Sobre Barrio "El Pueblito"


Ciudad Bolívar, 28/11/1967(Especial)
Cien años  pesan sobre el
arrabal “El Pueblito”, remanente de lo que fue el popular barrio “Perro Seco” o El Poder, hoy Guzmán Blanco, de esta ciudad.
Perro Seco, al igual que el Retumbo, El Temblador, La Sapoara, data desde los tiempos del viejo Juan Bautista Dalla Costa (1820). De simple arrabal pasó a ser con el tiempo, núcleo integrado a la zona urbana de la  ciudad. Pero El Pueblito, en la parte occidental, es como el hijo bastardo de Perro Seco, que no ha podido ser absorbido por la es­tructura urbanística y se ha que­dado a la orilla del río, entre bre­ñas, peñascales y charcas de aguas negras.
Alrededor de cien habitantes, entre adultos y niños, vegetan allí, acurrucados en humildes chozas de cartón, palma, zinc y bahare­que, con la sola protección de una Cruz de hierro levantada sobre una piedra gigante a la orilla del río.
El general Pérez Soto, go­bernador del Estado entre 1921 y 1924, reclutaba jóvenes para sa­lir a combatir focos de guerrillas antigomecistas. Tres hermanos caen reclutados al paso de la soldadesca por El Pueblito, y sus moradores, con­movidos, y orando por su salvación, levantaron una Cruz de fle­je sobre la piedra que era venerada todas las noches.  Hasta su regreso-  Es la famosa "Cruz del Perdón", donde cada año ce­lebran ritos especiales.
Pero este símbolo de redención sólo llega hasta el espíritu ator­mentado de aquella gente desam­parada. Nada ni nadie los ayuda en el milagro de poder vivir como humanos.
Hemos conversado con algunos lugareños y preguntándoles por qué prefieren este sitio para vivir. La respuesta es práctica. En este medio sórdido, se está más cerca de la ciudad y de las fuentes circunstanciales de trabajo, por lo que sus hijos tienen menos posi­bilidades de pasar hambre. En otros lugares menos insalubres, desde el punto de vista ambiental, la subsistencia es más costosa.
En este lugar que la ciudad es­trecha contra el Orinoco, des­aguan cloacas; los vecinos perezo­sos que no gustan de llegarse has­ta el río, arrojan la basura en el propio caserío; los cerdos de todas las inmediaciones se llegan por allí a hociquear entre la inmundi­cia y luego se restriegan plácida­mente en las charcas formadas por las lluvias de invierno; las mos­cas y alimañas de todas clases pro­liferan por millones. Tal ambien­te sórdido sirve de marco depri­mente a las chozas fabricadas con múltiples desechos, donde los ni­ños duermen prácticamente en el suelo y donde los alimentos se cuecen en una olla montada sobre tres piedras.
¿Qué es posible hacer por estos humildes pobladores? Es la pregun­ta constante de la gente que incidentalmente pasa por este lugar.
El Pueblito no es un arrabal de ahora. Sobre sus chozas improvi­sadas ha pasado más de una cen­turia. Esto lo deducimos de su gente en la que hay ancianos que nacieron allí y cuentan hasta 80 años.  ¡Algo inexplicable! 

(Al Barrio “El Pueblito” después de tanto batallar se lo tragó el Río con la  gran inundación de 1976)


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