"Barrabás",
el minero que halló
el diamante más grande de Venezuela,
renunció a las aventuras por la tranquilidad de un mostrador
el diamante más grande de Venezuela,
renunció a las aventuras por la tranquilidad de un mostrador
Corresponsal
Américo Fernández. (Foto Compiani).
Ciudad
Bolívar, 10/07/1967 (Especial.)
El costo de
la vida en Icabarú y
Santa Elena
de Uairén es más alto que en cualquiera otra parte de Venezuela y América. Pensar
que un saco de cemento cuesta 40 bolívares y un kilo de cebolla seis, aleja
los impulsos de vivir en la región, pese a sus placeres diamantíferos, a su
clima suave y agradable y a lo paradisíaco de su vegetación.
Santa Elena
de Uairén e Icabarú, en plena frontera con el Brasil, están situados a una altura
aproximada de 1.200 metros sobre el nivel del mar y a dos horas de Ciudad
Bolívar. Dos horas de vuelo de avión, porque hasta allá no hay caminos; si acaso
una que otra pica abandonada y avasallada por la inmensidad de la selva.
Cuando quede
concluida la carretera El Dorado-Santa Elena, que viene ejecutando la Ingeniería
del Ejército, es casi seguro que bajará notablemente el costo de
los productos de primer consumo. Por ahora el pueblo —unos 4.000 habitantes
diseminados—compran arroz, azúcar, casabe, papa y papelón a tres bolívares el
kilogramo, mientras la caraota, el tomate, repollo y otras verduras se
adquieren al precio de 4 bolívares por kilo. La carne que se produce allá
cuesta ocho bolívares, igual que el café. El queso cuesta el doble que en Ciudad
Bolívar.
Uno de los
tres comerciantes de la zona explicó al periodista cuando estuvo por allá, que
el encarecimiento de los productos de primera necesidad se debe a la falta de
vías de comunicación y a la distancia. El único medio, por ahora, es el avión,
que cobra cien bolívares por persona y Bs. 0,85 por cada kilogramo de carga.
El alimento
menos costoso, tal vez por ser el más abundante, es la cítrica. También abunda
la guayaba. El agua es de apariencia purísima y de sabor agradable, desciende
desde los altos de las rocas y es recogida por un moderno acueducto que la
lleva hasta los hogares.
En nuestra
gira de escasas horas con el Gobernador del Estado, Pedro Battistini Castro, que
iba a inaugurar los acueductos de Santa Elena de Uairén e Icabarú, observarnos
que la tierra es ácida, como casi todas las del resto de Guayana, pero que
con buena dosis de calcio y fósforo se pondría en condiciones de producir toda
clase de frutos. Por eso el Padre misionero Diego de Valderrama nos insinuaba
la necesidad de que los abonos de la Petroquímica fueran extendidos por la
mano oficial hasta allá, a fin de producir lo que ahora cuesta traer de otras
regiones del Estado.
El Padre
Diego de Valderrama llegó a Santa Elena en 1945 y ha logrado fundar un hato con
1.500 reses, que produce carne para el consumo de la población y trabajo para
unos cuantos indios Pemón. La misión, fundada en 1931, posee grandes
instalaciones en la misma zona descubierta desde 1924 por el valenciano Lucas
Fernández Peña, quien formó allí un hogar con una indígena que le ha dado
siete hijos. aunque la prole en total suma 28. Según decir del comerciante Dionisio Gamboa,
Fernández Peña es un explorador interesante con quien se puede
hablar largo y tendido sobre los más variados aspectos de la región, pero que
no estaba allí cuando llegamos. A pesar de sus setenta años, se hallaba en ese
momento trabajando en su fundo, muy distante de su rancho construido sobre una
cuesta en el pueblo y donde vive con dos hijas altas, de piel fina por la
bondad del clima.
Santa Elena
de Uairén, nos dijo el piloto Maury, dista unos 1.100 kilómetros de Maiquetía
por la vía aérea, situado sobre la Frontera con el Brasil, entre el Cerro
Irutibe, hacia la Sierra Venamo y el pueblo de Icabarú fundado posteriormente,
al suroeste.
Aquí en
Icabarú tuvimos la oportunidad de conocer al tan renombrado
"Barrabás", un magro pero
fibroso y alto negro de El Callao que fue bautizado en 1929 con el
nombre de Jaime Teófilo Huckson, nombre inglés por la procedencia trinitaria de
sus padres. Barrabás, cuando tenía 25 años de edad trabajaba en sociedad con
otros dos Mineros, en los placeres diamantíferos del
Polanco, y la búsqueda intensa le deparó un diamante del tamaño de una pera,
que pesó 155 quilates (5 quilates = 1 gramo) y ha sido adquirido por la suma
de 670.000,00 bolívares; pero a Barrabás le tocó sólo una suma inferior a los
68.000 bolívares. La preciosa gema encontrada fue adquirida por el
norteamericano Harry Winston por una suma insignificante que no llegó a la quinta
parte de su valor. La 'piedra fue exhibida en Caracas y otras partes del
mundo, causando admiración por su
pureza y gran
tamaño. Barrabás nos contó que aquel dinero "lo pasé por todas partes.
"Nada me queda, porque nunca he sabido decir "no" a nadie".
Barrabás hace
mucho tiempo que dejó de incursionar en las minas y ahora se dedica a explotar
un bar denominado "La Orchila". que le montó su protector el comerciante César Días Valor. Los buscadores de diamantes, cuando
sus mentes afiebradas cogen vuelo por el alcohol, entonan el estribillo, bajo
la mirada lánguida y la sonrisa aurífera de Barrabás: "Al diamante de
Barrabás, el viento se lo llevó"
Excelente publicación
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