miércoles, 14 de octubre de 2015

De Intérprete del Duce A Vendedor de Baratijas


* Lleva 15 años en Venezuela y 2 meses en Ciudad Bolívar
* Sueña con que un industrial fascista le pague el retorno a Italia.
Ciudad Bolívar, 14/07/1967 (Especial, Américo Fernández)
"Soy un hombre que padece las miserias del exilio; pero he de volver a Italia cuando algún industrial fascista se decida a ayudarme; mientras tanto vivo de las baratijas, duermo en la pocilga de un taller y doy cuen­ta de mis penas a Dios en el san­tuario de la Catedral". Así se ex­presa un hombre retaco, de piel fina, blanco y semicalvo que ner­viosamente se desplaza por las afueras de la Catedral ofrecien­do estampas del santoral y otras curiosas baratijas que atraen a la gente menuda. Unos ojos ver­des destacan sobre las mejillas sonrosadas y el rostro redondo. Tal es Angelo Bruni Olivini, un italiano de 55 años de edad que domina cinco idiomas, que fue, según refiere, intérprete del dic­tador Benito Mussolini, pero que ahora es un exilado que vende baratijas y  viste una ropa sucia y harapienta.
Circunstancialmente he cono­cido a este hombre. Me lo pre­sentó otro italiano que lo cono­ce desde cuando ambos milita­ban juntos en el partido de los camisas negras. Bruni resulta ser un hombre que escribe versos e hilvana bien su pensamiento en un castellano para él todavía di­ficultoso.
En días pasados me habló de su vida y de la negativa colabo­ración de sus paisanos para lo­grar un estado de vida acorde con su profesión de maestro de idiomas. Habla francés, alemán, inglés, árabe y el castellano. Lle­va 15 años en Venezuela y apenas dos meses en Ciudad Bo­lívar.
—E1 error imperdonable de Mus­solini fue el de llevar a Italia a la guerra, contrariando el senti­miento general del pueblo.
—¿Pero acaso —se pregunta—no fueron factores determinantes de esa decisión, su afinidad de pensamiento con Hitler y la ex­periencia decepcionante que tu­vo Italia de Francia y de Ingla­terra en la Primera Guerra Mun­dial?
Refiere este personaje, que sir­vió de intérprete al Duce en al­gunas ocasiones durante los dos últimos años que precedieron a su muerte, y que se hallaba en Milán. en el Palacio del Carde­nal Ildefonso Schuster, cuando éste conversó con Mussolini y el Mariscal Graciani para ofrecerse como intermediario entre los aliados y el gobierno italiano, que los aliados habían ya inva­dido las llanuras del Po y el Ma­riscal Graciani, previendo lo peor, se quedó en el Palacio, sal­vando así la vida, mientras que Mussolini por desoír las insinua­ciones del Cardenal resultó víc­tima de fanáticos fascistas que lo engañaron haciéndole ver que en las montañas de Valtellina había fuerzas suficientes para insistir en la lucha.
—Benito Mussolini —continúa—seria preso más tarde al tratar de huir por Suiza en un convoy alemán. Señala al Comandante Bill y al Coronel Valerio —nom­bres de guerra— como los ejecu­tores, con ráfagas de ametralla­doras, del dictador italiano. Se­gún Bruni, Valerio es ahora se­nador en Italia y Bili se halla en la Argentina.
Recuerda que junto con Mus­solini fue ejecutada también Cla­retta Petacci y sus cadáveres trasladados a Milán y colgados por los pies en la Plaza Loreto.
La tumba de Mussolini, sin nombre, fecha ni cruz, fue vio­lada por fanáticos que burlaron la vigilancia de los guardias y luego de sacar el cadáver del Duce, lo escondieron durante años en un Convento de Milán, hasta cuando su hija, Condesa Ciano, hablando con el Papa Pío XII consiguió trasladar los restos al cementerio de Predappio, lugar donde nació.
Agrega que si vuelve a la Pe­nínsula se afiliará al Movimien­to Social Italiano que represen­ta las ideas mussolinianas, pero eso será, "sabe Dios cuándo!" tal vez —dice como náufrago afin­cado a una esperanza— cuando algún industrial fascista se de­cida a ayudarme, mientras tanto vivo de las baratijas.
Angelo Bruni Olivini, con su ropa sucia y su caja llena de abanicos y estampas del santo­ral, reza todos los días en la Ca­tedral, tal vez siguiendo los pasos de su único familiar viviente, una hermana monja que tiene en Italia, gracias a cuya influencia lo­gró salir al ostracismo después de la Segunda Guerra Mundial.


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