Cuando era
inhumado la gente se alarmó porque el cadáver abría y cerraba los ojos
Ciudad Bolivar, 22 (Especial)
Un jardinero murió
súbitamente ayer cuando cortaba unos lirios que luego sirvieron
para su tumba. Durante su inhumación hubo necesidad de llamar
al médico porque a través del cristal del ataúd la gente veía
que el jardinero muerto abría y cerraba los ojos y una lágrima se deslizaba por su mejilla izquierda.
Alguien corrió y utilizó
el teléfono de la
Celaduría para llamar al Hospital Central. Muy pronto llegó el
médico, el doctor José Antonio Salpetier, quien ordenó levantar la
tapa del ataúd para auscultar el cadáver. "Imposible —dijo— está
muerto". Le hizo la prueba del espejo, le tomó el pulso, le
examinó las uñas. "Imposible —volvió a decir el médico—está
muerto" y la gente agolpada en torno a la fosa y al ataúd, suspiró aliviada.
Genaro Requena, de 60
años, y con
domicilio en la Urbanización Las Moreas de esta capital, prestaba
servicios como jardinero desde hacía muchos años en el Auditorio Simón
Rodríguez. Dependía del Concejo Municipal y devengaba un sueldo
mísero con el que sostenía a su larga familia. Era sin duda un jardinero experto,
podaba y cuidaba con devoción y esmero el jardín circundante
del Auditorio. Todos los días muy de mañana iba el hombre a su
obligación hasta que ayer alumbró para él un día distinto.
Se disponía a cortar los lirios de la entrada al edificio cuando le
sobrevino un paro en el órgano vital. Su cabeza quedó ladeada sobre
las hojas de los lirios y así lo encontró una mujer qué cruzaba el camino.
Después se corrió
la voz, vinieron las autoridades y todo el mundo en la ciudad supo
que el viejo Genaro Requena, el jardinero del Auditorio, había muerto
"esta mañana"
cuando cortaba los lirios.
Ayer, muy de tarde,
cuando el cadáver de Genaro fue conducido hasta el cementerio y ya
listo para ser bajado hasta la fosa, cundió la alarma de que tal
vez Genaro no había muerto sino que se hallaba postrado bajo
un ataque cataléptico, pues sus ojos se abrían y se cerraban y hasta una lágrima
rodaba por su mejilla izquierda. Mas este signo de esperanza se
esfumó rápidamente ante la presencia del médico. El facultativo
explicó el movimiento de los párpados como contracción de algunos músculos oculares que todavía se
hallaban con flexibilidad. Genaro había muerto. No cabía la menor duda.
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